Entrevista
con Fernando Vallejo
Eduardo Medina
–En 2009 usted fue a
Colombia y se le hizo una entrevista de radio abierta. Es decir, los micrófonos
estaban abiertos y el locutor mediaba entre usted y el público, ¿se
acuerda?
–Sí, me acuerdo de eso. Esa entrevista fue en Caracol y el
conductor pensé que era una persona muy noble, honorable, pero con el tiempo
supe que no, que era otro más, un periodista bellaco, otro más en la lista, y me
preguntó: ¿abrimos los micrófonos para que hable la gente?, y le dije: claro que
sí. En realidad la gente llamaba para insultarme y colgaban, es decir como hacen
en internet. En internet, que es una chusma grosera y vulgar y vil, nos están
mostrando hasta qué grado de vileza puede llegar el alma humana, ahí está
clarísimo el pantano puerco que es. Entonces llamaban y me insultaban y no había
posibilidad de diálogo con nadie, era gente del pueblo que no había leído un
solo libro mío, que no sabía nada de mí y nada más tenían una idea de una
persona que odiaban porque sí. Odiaban sin conocerlo. Uno puede odiar a alguien
sin conocerlo, eso es entendible. Puede uno ver a alguien y decir “me cae
gordo”, esa es la expresión del idioma, “no me gusta”. Pero me di cuenta de eso;
uno va descubriendo cosas. Ahora yo pienso que no hay que darle la palabra a
quien no se la merece, es decir, uno se tiene que ganar el derecho a hablar. Y
el derecho a hablar lo dan los demás. Los demás son los que dicen: hable. Venga
aquí, a la Feria de Guadalajara y hable con los mil jóvenes, como me invitaron a
mí. Yo pienso que nadie tiene derecho a hablar, el derecho a hablar se lo gana
uno. Entonces yo le di el derecho a hablar a esta gente abriéndole los
micrófonos, y ellos lo aprovecharon para insultarme de la manera más vil y más
baja. Eso es todo, a eso se reduce el asunto.
–Sí, aquella vez a usted se le increpaba por cosas que,
por lo demás, en sus obras o en el grueso de sus obras usted nunca
dijo.
–¡Ah, no, pues es que a uno le atribuyen lo que quieran! Y
dicen: usted dijo esta cosa, y yo digo, ¿usted de dónde lo sacó? Usted no lo ha
leído porque usted no conoce nada de eso, ¿por qué está hablando con esa
ligereza? La gente habla con mucha ligereza, lo cual es una forma de
deshonestidad y de corrupción. Porque la corrupción no es sólo robar cosas,
robar de los bienes públicos, no, la corrupción va más allá, porque esta es la
corrupción del alma que es la que está en buena parte de la sociedad. Por
ejemplo, hace dos días en esa cosa de El Espectador que sacaron unos
pasajes de este libro Casablanca, la bella, donde está una
propuesta mía loca, digo por el loco que habla en el libro de la reforma
ortográfica, un comentarista escribe una carta al director de El
Espectador diciendo “no es una propuesta nada original de Vallejo”. ¿Y qué
quería este hombre, no ve que yo empiezo diciendo que esta reforma es la que
propuso Gonzalo Correas en el Siglo de Oro? ¿Por qué dice entonces eso? Es una
bellaquería, eso en colombiano se llama una hijueputez. Es decir, un tipo que
empieza un artículo y lo titula “Ninguna originalidad de Vallejo”, ¿pero yo
estaba diciendo que era original? Si estoy diciendo que esto viene desde Gonzalo
Correas en el Siglo de Oro, contemporáneo de Cervantes, ¿por qué puede poner un
título de estos tan miserables? Eso es una forma de corrupción, de deshonestidad
corrupta que está metida en el alma de la gente y se le contagió a todo el
mundo.
–En este sentido, ¿cree que usted ha sido mal
leído?
–No, es que depende de quien lee. No puedes saber en qué manos
van a caer los libros tuyos. Los libros míos, yo no sé si la gente simplemente
los empiece y los tire, o no los tire. No sé. Además la mayoría de los libros
míos en una feria de ésas no los compran porque es muy difícil comprar un libro,
porque son muy caros. Un libro es muy costoso para lo que gana la gente, y es
una caja negra cerrada que uno no sabe qué tiene. Más o menos uno se da cuenta
porque lee algunos párrafos, si es que puede abrir el celofán con que lo
protegen las editoriales, o si ve la contraportada, o porque sabe algo del
autor. Pero es muy jodido comprar un libro; yo no compro. Bueno, ni cuando leía
usualmente compraba, porque son demasiado caros. Entonces no puedo saber. Ni
tampoco quiero que compren los libros míos. En realidad, en última instancia, no
quiero sino que los lean y… no sé, no sé, pero no puedo decir qué piensan los
lectores. Pienso que muchos de ellos están conmigo por los comentarios que dicen
aquí y allá, también veo que los comentarios en esas porquerías de internet y
las redes sociales, los que tienen mejor ortografía y un idioma más cuidadoso
son los que están del lado mío, y la chusma baja es la que está en contra. Y los
que están del lado mío son los que conocen cosas mías, y los otros no conocen
nada, eso sí lo tengo clarísimo. O sea que hay un odio muy claro por mí, sin
conocerme, por la idea que da uno en público: de, “ése es un tipo de mala
clase”, y como yo no estoy adulando a gente, porque aquí el principio de la
chusma y el populacho miserable, vándalo, es que lo adulen, como lo adulan los
políticos para después traicionarlo y saquearlo, entonces ellos ya están
acostumbrados a esa adulación y lambisconería. Entonces el que no los adula y no
los lambisconea… primero que todo al país: porque es muy fácil decir ¡ah, México
es una maravilla! ¡Colombia es una maravilla! Que son los dos países míos…
Entonces es estar así en la adulación de todo… Pero eso yo no lo he practicado:
resolví no adular a nadie sino decir la verdad mía, cáigale a quien le caiga.
–¿Usted cree que algún investigador pueda reivindicar
esa figura de Vallejo respecto de esta gente que no lo conoce y lo
insulta?
–Ah, pero muchos han escrito sobre eso, del lado mío, pues de
gente que conoce los libros míos, o que comparten conmigo mis ideas, o muchas de
mis ideas, lo han hecho. Eso es en todos lados. Por lo demás, en Colombia la
marea va muy extraña porque yo en la calle, en Bogotá sobre todo, me encuentro
con gente que me conoce y no sé por qué, porque no salgo en televisión. Siempre
están expresándome que están del lado mío, y no insultándome como pasa en
internet. Pero, bueno, váyase a saber… tal vez porque los de internet ni
siquiera me conocen. Pero no hay que hacer caso de esas cosas porque nunca se
sabe quiénes son los lectores de uno.
–En sus biografías, sobre todo en la de Rufino José
Cuervo, hay una carga de reivindicación para con el biografiado. ¿Usted creía
necesario reivindicar a Rufino José, de re-mostrarlo al mundo?
Foto: Marco Peláez/ archivo La Jornada |
–Eso es un acto de amor, de cariño, de afecto por él, que le
tenía desde mi niñez. Porque yo estudiaba gramática solo, desde niño, y me
interesaban los temas del lenguaje. Y leía su libro Apuntaciones críticas
sobre el lenguaje bogotano, desde niño, porque era un libro normativo y
creía que ahí estaba la corrección del idioma y que esa era la forma de
escribir, lo cual no es cierto. Pero nunca pensé que pudiera escribir esa
biografía. Es muy accidentada toda mi relación con eso y se arrastra de toda la
vida mía. Pensé que la clave de él estaba en París, donde vivió los últimos
veintitantos años de su vida. Desde el ’82 hasta el ’11. Pero no, la clave de él
estaba en Bogotá, en el Instituto Caro y Cuervo. Llegué a saber infinitamente
más de lo que nunca pensé que se pudiera saber. Tenía una documentación inmensa,
que entre otras cosas me hizo el Instituto Caro y Cuervo de todos sus
investigadores trabajando sobre él más de medio siglo, y sin embargo nadie de
ellos fue capaz de escribir la biografía; y es una biografía que no me imaginé
que pudiera tener la importancia que ha tenido. No puede ser un
bestseller, pero aquí y en España y en otros lados, siendo que es un
libro que pudiera considerarse muy abstruso puesto que trata de la gramática de
la filología y del idioma, el libro funcionaba, ha funcionado. Es muy extraño
eso. Él era el más grande filólogo del idioma. Nunca el idioma ha tenido uno que
lo haya querido tanto, ni que haya tenido un sentido tan agudo de la gramática
como él, y no sólo creo que de la lengua española, sino que sospecho que en
todas. Era el sentido de la gramática más asombroso. Y había algo insólito en él
y en su hermano que era su nobleza, pues pese a que pertenecían a la clase más
alta de Colombia y estaban destinados al poder, lo despreciaron y nunca ocuparon
un puesto. Vivieron honorablemente en un país de delincuentes y de granujas y de
politiqueros y leguleyos. Entonces había muchas cosas que me lo hacían
admirable… Y me sentía muy compenetrado con él por muchas cosas, pues para
empezar porque era mi paisano de país, aunque no de mi región, que no conoció.
–¿Entonces esta fue más una pulsión de afecto que un
rescate del olvido?
–¡Ah, es que del olvido no se rescata a nadie! Es imposible,
todos vamos para el olvido. Cuántas biografías no se escribieron durante un
siglo de Napoleón o cuántas no se han escrito de Bolívar. ¿Y a quién le importa
Napoleón y Bolívar y quién me puede venir a contar sus vidas? No, todos vamos al
olvido, todo se embrolla. Uno se muere y si en cinco años no escribieron su
biografía ya está embrollada. Las frases que uno diga se las lleva el viento y
uno pasa al olvido. Entonces no era ese el fin.
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