Daniel Lizárraga
El lunes 15, a las 22:13 horas el presidente Felipe Calderón da unos pasos hacia atrás apartándose, lentamente, del balcón central de Palacio Nacional tras dar el Grito de Independencia, ondeando apenas cinco veces la bandera y lanzando rápidamente ocho arengas. Fue una ceremonia breve.
Un día antes, los médicos del Estado Mayor Presidencial le colocaron un aparato ortopédico para disminuirle el dolor ocasionado por la fractura en el hombro izquierdo que había sufrido una semana atrás. En cuanto dio la media vuelta se enteró del atentando en su tierra, Morelia, Michoacán.
Mientras Calderón junto con su esposa y sus tres hijos disfrutaba de los juegos pirotécnicos disparados desde diferentes puntos de la Catedral Metropolitana, al director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), Guillermo Valdés, le informaron del ataque perpetrado contra la gente que festejaba el Grito en Morelia. En ese momento, los primeros reportes oficiales sobre el número de personas muertas y heridas, aún eran confusos, pero no había duda que alguien había hecho estallar por lo menos dos granadas.
En cuanto Valdés informó a Calderón de lo ocurrido, éste ordenó que de inmediato se reuniera su gabinete de seguridad. Dentro de su despacho en Palacio Nacional, sus colaboradores se comunicaron a Morelia para ampliar la información. Ante el caos imperante, Calderón pidió hablar de inmediato con el gobernador Leonel Godoy para que le informara acerca de lo ocurrido. El mandatario estatal no supo en un primer momento lo que estaba ocurriendo e incluso creyó que los estallidos eran causados por cohetones.
Ajenos a lo que estaba sucediendo en Morelia, los invitados al festejo del 15 de septiembre dentro de Palacio Nacional ocupaban sus lugares. El patio central había sido especialmente acondicionado al estilo de las fiestas de pueblo: puestos de algodones, chicharrones, elotes, aguas frescas, dulces mexicanos. La fuente, imponente con un pequeño caballo de bronce en lo más alto, estaba iluminada con tonos verdes.
Calderón y su gabinete de seguridad permanecieron encerrados durante 1 hora y 32 minutos. La información sobre lo que había sucedido en Morelia se filtraba poco a poco entre los invitados mediante llamadas telefónicas. Los miembros del Estado Mayor Presidencial, encabezados por el general Jesús Castillo, redoblaban la seguridad en los accesos a Palacio Nacional.
Con la mandíbula apretada, fruncido el ceño, demacrado, Calderón apenas movía la cabeza y saludaba de mano a los invitados. Hacía esfuerzos para sonreír cuando corrían hacia él buscando tomarse fotografías, decirle algo, abrazarlo. El Estado Mayor Presidencial evitaba que la gente se colgara de su hombro izquierdo, pero no siempre lo conseguía. De vez en vez el mandatario lograba esquivar las manos, pero a veces alcanzaban a lastimarlo y mostraba un rictus de dolor.
Los meseros repartían bocadillos que el presidente no probó. En ese momento, el jefe de Comunicación Social, Max Cortázar, emitió un comunicado de prensa en que el gobierno reconocía de manera oficial que en Morelia, Michoacán, se había registrado un ataque con granadas y condenaba enérgicamente este hecho.
El mandatario estuvo en la fiesta durante 25 minutos. Nunca se sentó. En punto de las 01:10 salió rumbo a Los Pinos. Los invitados, sorprendidos, poco a poco desalojaron el patio central de Palacio Nacional cuando aún había bailables típicos.
La política, infiltrada
A la mañana siguiente del atentado en Morelia, Calderón giró instrucciones para que la canciller, Patricia Espinosa, fuera retirada de la agenda como única oradora en la ceremonia del tradicional desfile militar para conmemorar el 198 aniversario del inicio de la Independencia. En su discurso, el mandatario calificó a los autores del atentado como asesinos cobardes.
El gobernador de Michoacán, Leonel Godoy, dio a los ataques la categoría de "terrorismo". El embajador de Estados Unidos en México, Tony Garza los calificó como "narcoterroristas". Felipe Calderón y su gabinete, hasta ese momento, no utilizaron esas palabras.
En cuestión de horas, el Ejército ya se encontraba en las principales calles de Morelia. Por la gravedad de los hechos, el tradicional desfile fue suspendido. En la Ciudad de México, Calderón encabezó la parada militar.
A la mañana siguiente, cuando estaba por despegar el avión presidencial para una gira de trabajo por Monterrey, Nuevo León, a los pasajeros se les informó que había un cambio en la agenda: Se cancelaba uno de los actos programados en una distribuidora de gas, para incluir una visita a los heridos en los hospitales de Morelia.
El presidente hizo una guardia de honor en el sitio de las explosiones y acudió a visitar a los heridos en el hospital. Los diarios apuntaban hacia el grupo de narcotraficantes conocidos como La Familia responsabilizándolos de los ataques.
"Estamos en alerta", respondió el secretario de la Defensa Nacional, Guillermo Galván, cuando se le preguntó en Palacio Nacional si podría haber más ataques. En torno a la autoría del atentado, guardó silencio.
La noche de ese 17 de septiembre Calderón pronunció un inédito discurso en la sede nacional del PAN. Al encabezar el 69 aniversario de su fundación habló de la infiltración de la delincuencia organizada en la política.
"Porque esa plaga, sin duda, ha buscado servirse de asideros políticos en la vida de la Nación, porque precisamente, la complicidad que los cubre y que hace posible su operación tiene también una cobertura de carácter político y esa cobertura debe ser rechazada por todas las organizaciones políticas nacionales".
Esta es la primera ocasión en que el mandatario toca el tema de la infiltración del narcotráfico en la elite política desde que asumió el cargo en diciembre del año 2006 y, sobre todo, desde que le declaró la guerra al crimen organizado a unos días de haber asumido el cargo. Paradójicamente, Michoacán fue el primer estado en que el Ejército se desplegó para atacar al narcotráfico.
Continuó Calderón en su discurso ante los panistas:
"Si digo que es un reto para Acción Nacional es porque estoy convencido que es un reto para todo el sistema político. Hoy, todos los partidos políticos, sin excepción, debemos repudiar sin matices los actos de violencia.
"Debemos repudiar sin matices la complicidad que pueda venir de las campañas electorales del próximo año. Debemos ser claros y contundentes en cerrarle la puerta a quienes quieren erosionar a la sociedad mexicana", puntualizó.
La única pista concreta con la que cuentan las autoridades, tanto a nivel federal como estatal, es un retrato hablado de una de las personas que habría arrojado una granada entre la multitud.
Durante la 24 sesión del Consejo Nacional de Seguridad Pública realizada en el Palacio Nacional el viernes 19 -en el que participan gobernadores, el presidente y su gabinete de seguridad- se dio el visto bueno a la Estrategia Nacional e Integral contra el Secuestro, en respuesta a las exigencias de la multitudinaria marcha "Iluminemos a México" detonada por el asesinato del joven Fernando Martí.
Los gobernadores no pusieron ninguna objeción al plan. Por el contrario, hubo aplausos para el procurador Eduardo Medina Mora cuando terminó su exposición en el Salón Tesorería.
A tres semanas de distancia de la marcha, el panorama de la inseguridad pública cambió radicalmente, en un movimiento pendular que fue de una creciente ola de plagios, a la ejecución a mansalva de 24 personas en La Marquesa, hasta la explosión de granadas en el zócalo de Morelia.
Los diagnósticos sobre la inseguridad en esta reunión giraron en torno a los secuestros. Acerca del atentado en Michoacán sólo hubo condenas para los criminales y manifestaciones de solidaridad con las víctimas.
Proceso 21/09/2008
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