Difícil y necesario
s demasiado fácil decir que Biden es peor que Trump usando esa imagen intolerable y simbólica, de tanta de la historia más oscura de este país, de los haitianos en la frontera perseguidos por agentes a caballo, no se necesita hacer un gran esfuerzo mental (no importa que eso fue una pesadilla política que dañó al presidente igual que le ha ocurrido a tantos líderes en otros países que han tenido que distanciarse de los abusos de migrantes por sus autoridades). Es demasiado fácil decir que Estados Unidos es racista, imperialista, sionista, pero todos los días sí es necesario recordar su larga historia de violencia oficial en guerras (el único país en la historia que ha usado armas de destrucción masiva), invasiones, intervenciones, operaciones clandestinas, todos actos impunes, brutales, la mayoría injustificables. Es fácil. Es necesario. Hablar verdades es lo más urgente en este mundo. Pero es fácil porque es parcial; no es todo el cuento, ni el de ahora, ni nunca.
Más difícil, y tarea constante de cualquier periodista, medio, intelectual o político que se identifica como progresista, es acercarse a una verdad más completa, a veces compleja que suele no ser reducible a un tuit o una frase en un discurso. Irse por la fácil es, pues, acto de pereza, parece explicar todo pero a fin de cuentas no revela nada.
Vale repetir en esta coyuntura que casi ningún progresista en Estados Unidos considera a Biden o su equipo como uno de ellos, ni necesariamente un aliado. De hecho, las críticas contra su gobierno, desde su manejo de la migración, a las guerras que siguen adelante (todas, cuando iniciaron, apoyadas por Biden y su gente), como su política sorprendentemente mediocre y torpe hacia América Latina, entre otras, son expresadas de manera cotidiana. Más aún, las fuerzas progresistas en este país son justo las que han impulsado el giro anti-neoliberal de este aún nuevo gobierno y están logrando lo que Bernie Sanders considera potencialmente las reformas económicas y sociales más grandes desde el New Deal.
Movimientos progresistas dentro de Estados Unidos –a pesar de divisiones, limitaciones, amnesias y arrogancias– han obligado la inclusión al centro de la agenda nacional de los temas justicia económica, una reforma migratoria ambiciosa –que incluye vías a la legalización de 11 millones de indocumentados– el salario digno y los derechos laborales, el cambio climático –incluido el fin de subsidios de la industria de hidrocarburos–, el rescate de las conquistas sociales de hace medio siglo en derechos civiles, derechos de las mujeres, los indígenas, los derechos gay, el control de las armas de fuego, la impunidad de las autoridades policiacas y la defensa de la libertad de la prensa (que involucra la defensa, bajo este rubro, de Assange y Snowden, entre otros).
No reconocer la existencia de estas luchas –sus triunfos, sus avances, sus derrotas, sus canciones, sus lamentos, sus idiomas, sus poemas, su ira, su humor– no sólo es optar por una visión distorsionada e incompleta de otro país, descartar a potenciales aliados, es finalmente una sencilla falta de respeto (además de un regalo a los enemigos comunes).
Lo más importante de la elección presidencial pasada no fue el triunfo de Biden en sí, sino la derrota de un proyecto neofascista, donde fue clave el papel del mosaico de movimientos y actores progresistas. Pero no pasa día en Estados Unidos en que no se advierta del peligro existencial de la democracia en esta república por la amenaza de una derecha elevada a un nivel sin precedente por el triunfo de Trump hace cinco años y que está dispuesta a destruir el orden constitucional para imponerse, al igual que en tantos otros países.
Esa lucha común contra la vieja guardia neoliberal y la amenaza de una derecha populista de corte fascista requiere de la solidaridad y el mutuo reconocimiento entre los que defienden la dignidad humana y se atreven en soñar con la posibilidad de otro mundo.
Eso no es fácil, sólo necesario.
Tracy Chapman. Talkin About a Revolution. https://www.youtube.com/watch?v=Xv8FBjo1Y8I
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