martes, 7 de enero de 2014

Surge movimiento armado en Torreón

              
                       
¡Ciudadanos combaten el miedo con cultura!
 

Por: Francisco Rodríguez

lunes, 06 de enero del 2014
 
Torreón. En La Laguna ciudadanos quisieron ponerle un alto a la inseguridad y decidieron tomar por asalto las calles, llevando el arte y cultura enfundados como el arma para combatir el miedo y el encierro. Aquí tres proyectos de cómo los laguneros buscan rescatar el espacio público
Moreleando, de vuelta al centro
Cada primer sábado de mes, la avenida Morelos se convierte en un paseo cultural y artístico desde la Alameda Zaragoza hasta la Plaza de Armas, en Torreón. Hace un año, un grupo de ciudadanos se cansaron de guarecerse en sus casas, retaron al miedo y crearon “Moreleando, de vuelta al centro”, un proyecto que busca vencer la apatía y llevar gente al corazón de Torreón. La primera vez que fui me encontré con dos artistas tocando la flauta y la trompeta en medio de la calle. Frente al añejo hotel Nazas estaba un grupo de jóvenes tocando rock.
A lo largo de las 14 calles, una estudiantina ponía el color y folclor tocando música con tonos medievales. Un cirquero, El Primaveras, recorría el kilómetro y medio arriba de un monociclo, desafiando el equilibrio. A un lado del Palacio Federal, los niños dibujaban figuras y pintaban sobre el asfalto con gises de colores; una batería estaba en el centro de la calle, un tipo recitaba poesía y decenas se paseaban en bicicletas.
Fue de las primeras ediciones de Moreleando. Hoy ya cumplieron un año. Pasaron de unas 500 personas por edición, a tener cerca de dos mil. Se apropiaron de una avenida, derrotaron el miedo y reclamaron el espacio.
La Morelos, en el centro de Torreón, es una calle que desde los años cincuentas hasta los ochentas era un paseo obligado de las familias y donde los jóvenes iban a noviar. Sin embargo, en los últimos años la Morelos, como todo el centro de Torreón, se fue derrumbando como si fuera de cartón. La violencia e inseguridad fue ahuyentando a comerciantes y visitantes. Las fachadas de los edificios rayadas y decenas de letreros naufragando con la leyenda de “Se Renta”. Por las noches, las farolas adormiladas no alcanzaban ni a aluzar a las prostitutas y prostitutos que vendían –venden- caricias.

Adelante, frente a la Plaza de Armas, lugar preferido por los ancianos para bailar danzón, se hospedaron Policías Federales y Estatales a quienes en más de una ocasión fueron a balearlos como si fuera tiro al blanco. Así pues, el centro quedó en la penumbra del recuerdo.
Ir al centro, recuerda Elías Agüero, propietario de un bar y miembro de Moreleando, de vuelta al centro, era sinónimo de ir a que te mataran o cuando menos robaran. Eso, opina, fue cortando los circuitos de la ciudad. A las 10 de la noche, sólo quedaba el bochorno de los 40 grados que se registran durante el día. Elías lo vivió de cerca. A su bar, como a muchos negocios nocturnos, la violencia les propinó un gancho del que muchos ya no se levantaron. Nadie se paraba en bares y la ciudad quedaba sin alma a las once de la noche.
Elías, los arquitectos Jorge Ruvalcaba y José González, el jesuita Salvador Sánchez y la catedrática de la Universidad Iberoamericana, Guiomara Alvarado, fueron construyendo la idea en pláticas ocasionales.
Con más de tres mil muertos en el registro en los últimos cinco años, decenas de desaparecidos y ataques a centros de diversión, los laguneros poco a poco se refugiaron en el claustro. Ahí, se enteraron de la mega deuda coahuilense, del fraude en la compra de predios para construir la Plaza Mayor y el pantanal de corrupción de los cuerpos policíacos.
En éste contexto fue que los iniciadores de Moreleando lanzaron la señal: No hay que teorizar; posicionémonos, invitemos a la gente a salir a caminar, pongamos eventos culturales, cerremos la calle, construyamos comunidad, fomentemos convivencia, recuperemos la calle.
Jorge Ruvalcaba, un arquitecto de 34 años, menciona que Torreón fue perdiendo la inocencia. La idea era clara: dejar de anteponer los títulos profesionales y asumirse como ciudadanos.
Cada quien trabaja honestamente y paga impuestos pero eso no es suficiente, lo sería si estuviéramos en Suiza. Aquí necesitamos formar colectividades, participar, exigir cuentas, refiere Ruvalcaba.
Elías Agüero cuenta que en un inicio hubo cierta reticencia de comerciantes porque cerrarían la calle, pese a que más de la mitad de los locales estaban cerrados. En el municipio, el director de Cultura, Jaime Muñoz, les recomendó que acortaran el paseo para que tuviera más impacto, pero el grupo insistió en cerrar las 14 calles. “La gente tiene que caminar y sembrar la buena vibra. Que tengan no la energía del miedo sino del amor. Tienes que sumar con todos. Esta propuesta es un antídoto para el miedo”, comenta Agüero.
Días antes de la primera edición, pistoleros rafaguearon a los policías federales que estaban hospedados en el hotel Palacio Real, sobre la avenida Morelos, frente a la Plaza de Armas. La gente preguntaba, preocupada, si se organizaría el evento. “Con más ganas lo vamos a hacer”, respondieron los organizadores. A los días otro ataque, y el colectivo insistió.
El claustro no era la opción
En 2012, decenas de colonias en Torreón cerraron sus accesos. Levantaron bardas, erigieron rejas ante la ola de robos y violencia. La ciudad poco a poco se fue convirtiendo en guetos amurallados, en pequeñas islas.

El sociólogo de la Universidad Autónoma de Coahuila, José Luz Ornelas, considera que el sentimiento comunitario de La Laguna no existe y cada quien se rasca con sus uñas, por lo que permea el individualismo ante una situación desesperada de impunidad. Jorge Ruvalcaba sostiene que el fenómeno de cierre de colonias es síntoma del temor y la desconfianza. Critica la nueva geografía urbanística, donde se vende la idea de un mejor lugar para vivir donde estás adentro y los demás afuera. La llama una burbuja que aparentemente hace sentir a la gente segura pero que es contraproducente, “una metástasis en un cuerpo enfermo”, dice.
Es una segregación social que genera resentimiento, donde las diferencias sociales se hacen más dramáticas. La gente tiene miedo, cree que está más segura si no sale de su casa. Nosotros creemos que la ciudadanía se construye al revés, creando redes ciudadanas, conociendo al vecino, visitando espacios públicos. En Moreleando vemos que la gente empieza a perder el miedo, a saludar a un desconocido, a no pensar que el que viene caminando a un lado tuyo te va a asaltar. Cuando menos por una tarde la gente toma ese espíritu.
La vigilancia natural, refiere Jorge, es con gente. Una calle con gente es una calle segura y no necesariamente con más policías, añade.
No obstante, muchos sectores de la ciudad siguen en coma. El centro, por ejemplo, permanece en estado terminal, asegura Ruvalcaba. El arquitecto lo explica con términos médicos:
“La ciudad es un cuerpo enfermo de cáncer y cuando las células malignas empiezan a tomar fuerza, el cuerpo tiene fiebre como sistema de defensa. Nosotros podemos ser la fiebre de ese cuerpo enfermo y la idea es contagiar a más gente y que podamos asumir esta realidad como responsabilidad nuestra.
El municipio de Torreón lanzó un programa de rescate de espacios públicos, donde invirtió millones de pesos en maquillar plazas que poco se usan; sin embargo, Ruvalcaba explica que una cosa es espacio y otra los lugares.
Cita al antropólogo y sociólogo francés, Marc Augé: El espacio es el lugar, lo que la palabra se vuelve cuando es hablada. Un espacio aislado es una palabra que no se dice, pero a la hora que la palabra se pronuncia se vuelve una conversación que toma sentido.
Y para Moreleando, el estandarte para lograr esa palabra hablada es la cultura, el arma más poderosa. “Creemos que con esto podemos sanar las heridas. El arte y la cultura son bálsamos que funcionan para que la gente ponga sus energías en cosas productivas”, describe Ruvalcaba. Al colectivo le han llegado al menos una decena de peticiones para llevar a cabo algún acto cultural durante el paseo.
Actualmente son unos 20 actos por edición. También han regalado árboles para plantar y dieron entrada a un albergue canino. En Moreleando, las lecturas, la música, el teatro y cualquier foro cultural, se vuelve una herramienta para atraer a la gente.
Ciudadanos hacen la chamba del gobierno
Una de las quejas de los visitantes al paseo era que por las noches, la Morelos quedaba en la penumbra. Entonces Moreleando fue más allá de cerrar una avenida y empezó a reunir fondos para comprar luminarias. En octubre pasado cambiaron una lámpara, en noviembre cinco y para diciembre otras cinco. El departamento de Alumbrado Público sólo les mandó un supervisor.

“En la primera luminaria que queríamos cambiar no había ni cables. Nos decían que tenían las grúas descompuestas. Nos movimos para conseguir un mejor precio y gastamos cerca de mil pesos por lámpara. Son 55 lámparas en toda la Morelos, serían 55 mil pesos, menos de lo que gana el alcalde en un mes y no pueden.
“Gastaron cuatro millones en un festival de la calle y con eso pudieron haber dado luz a toda la ciudad. Estos cuates que nos están dirigiendo, que sientan el fuego debajo de los pies. Es una protesta con acciones, también hacia los ciudadanos porque también nosotros los dejamos.
Hay que ser autocríticos, no es solo culpa del gobierno”, reflexiona Elías Agüero. Elías considera que si hace 10 años se le hubiera invertido a la gente, no estaría sucediendo lo de estos tiempos. Califica a Moreleando como un antídoto para abrir círculos y crear comunidad.
Elías cree que la región vive un momento donde el ciudadano está camino a empoderarse. Opina que las autoridades tienen el poder pero ya no lo ejercen como tal, mientras que los ciudadanos poco a poco han ido acotando a los políticos.
El colectivo Moreleando critica proyectos como el Paseo Morelos, una intención que ha quedado en el aire en los últimos años. “Primero hay que traer gente al centro, la gente no va a venir solo porque ya es peatonal. El Paseo Morelos le va a dar en la madre al centro. Sigue habiendo un montón de edificios vacíos.
Hay que buscar una tienda ancla, una solución integral”, comenta Elías Agüero.
Le pregunto a Elías qué quieren lograr con Moreleando a largo plazo y refiere que lograr una mejor ciudad donde convivir.
Una ciudad más justa, un gobierno más transparente, un uso más efectivo de nuestros recursos. Menos miedo, más convivencia. La misma pregunta formulo a Jorge Ruvalcaba y él responde que lo ideal sería que Moreleando fuera cotidiano y no se tuviera que estar convocando. Cree que tarde o temprano eso va a pasar.
El Chanate Móvil
Un chanate anda sobre las calles de un barrio popular al oriente de Torreón. Quien lo vuela, Norberto Treviño, perifonea que habrá talleres y exposición en la plaza principal. A los costados, en las alas pues, vienen montadas imágenes y grabados.

Cuando el chanate se estaciona en la plaza, una decena de niños se acercan. ¿Son tatuajes?, preguntan de inmediato. No, son grabados, impresiones gráficas elaboradas en el Taller El Chanate Artes Visuales, creado hace cerca de 12 años.
El Chanate es un triciclo, como el de cualquier vendedor de tamales o elotes.
Pero éste tiene alas y lleva montado un espacio para colocar un tórculo, que es una imprenta de grabados. El artefacto se llama Chanate Móvil y lleva un año recorriendo barrios obreros del oriente de Torreón.
Norberto Treviño, 33 años, profesor de artes plásticas y con especialidad en grabado, es el coordinador del proyecto que nació con la intención de mostrar el archivo gráfico en las calles, para que no solo permaneciera en museos.
Lo mismo pedía el muralista mexicano, David Alfaro Siqueiros: Vamos a sacar la producción pictórica y escultórica de los museos -cementerios- y de las manos privadas para hacer de ellas un elemento de máximo servicio público y un bien colectivo.
Bicicleterías Goray, una empresa local, apoyó esta idea y donó el triciclo, sin embargo quedó parado cerca de cuatro meses porque en el gobierno de Torreón nomás les hicieron perder el tiempo con promesas de apoyo.
Entonces continuaron con la idea de pedir donativos y fueron los proveedores de materiales para el taller, quienes después de venderles por mucho tiempo ahora les retribuían con material para el proyecto.
El Chanate Móvil fue creciendo con el herrero y se dio de manera natural. Terminó siendo un producto popular sin ningún diseño espectacular.
Aparte de Norberto, Jesús Soto, Alicia Aragón, Carlos Zamora, Santiago Espericueta y Antonio Castañeda participan en El Chanate Móvil, mismo que ha volado hasta la periferia de Torreón y sectores bravos como la Polvorera o el Cerro de la Cruz.
-No vamos a darles identidad, vamos a que se apropien de su espacio a través de la gráfica. No vamos a evangelizar sino a compartir una experiencia estética y sembrar una semilla, lo que evolucione no sabemos, explica Norberto Treviño.
En la plaza los artistas explican el arte del grabado y enseñan a los pequeños los procesos de la punta seca sobre aluminio (técnica de rayar o rozar directamente la superficie con una punta afilada de acero) y el monotipo (la estampación de una imagen plástica sometida a la presión de la prensa de tórculo). La primera vez que visitaron un barrio fue el 3 de marzo de 2013, en la colonia Residencial del Norte, de Torreón.
La mayoría de los artistas de El Chanate son de esta zona de la ciudad, donde muchas familias de clase popular se fueron a vivir luego de crecer en el centro o poniente de la ciudad. Aquí en el oriente no hay un solo centro cultural.
Una de las principales razones por las que empezaron este proyecto, fue porque encontraron que los hábitos de convivencia estaban muy dañados. La premisa del Chanate Móvil es no tener miedo y no encerrarse en las casas. Construir diálogos a través de la gráfica.
- El arte no salva vidas ni revive a nadie pero sí dignifica la existencia y es un factor que modifica, opina Norberto.
Al Chanate Móvil se acercan chicos y grandes. Los artistas dan una explicación de lo que hacen y despliegan unas mesas para desarrollar los talleres. Los pequeños se impresionan al mirar las técnicas y el resultado en las impresiones. El arte es un agente de cambio, creen los artistas.
“Llevar una realidad alterna y encontrarse con esto un domingo, pues los saca de la monotonía, de la rutina del barrio. Es darles un recreo cultural, porque no nomás es ponerles plazas”, considera Norberto.
En Torreón existen más de 300 plazas públicas y los gobiernos local y estatal han destinado millones de pesos en rehabilitarlas; sin embargo, son poco visitadas por ausencia de programas para atraer a los vecinos.
Al Chanate Móvil lo adereza una música barroca del siglo XVII, haciendo alusión al tiempo y transportando el triciclo hacia otra época. Artistas del Taller donan piezas pequeñas hechas previamente y esas las regalan a quien se acerca. Adolescentes llegan y miran las gráficas, la exposición montada en las alas del chanate.
Chanate viajero
En menos de un año, el proyecto del Chanate Móvil se convirtió en viajero.
Acudió al festival cultural Entijuanarte y al Museo de la Estampa en Ciudad de México. Ya estuvo en Durango y recorrerá próximamente otros estados. El equipo del Taller El Chanate está en proceso de profesionalizar el proyecto, siempre tratando de dar identidad al barrio.

Norberto Treviño explica que intentan que los niños y jóvenes plasmen las identidades del barrio en la gráfica: la vecina chismosa, el viejo de la calle, el travieso y hasta el borrachín. El pintor suizo-alemán, Paul Klee, decía que el arte no reproduce lo visible. Lo hace visible.
El Chanate Móvil también es rentado a universidades y a instituciones de gobierno y con los recursos que obtienen, acuden a la periferia a ofrecerlo gratuitamente. Cuando encuentran algún talento, buscan becarlos en el taller.
-Pusimos nuestro changarrito, como diría Fox y lo echamos a andar, resume Norberto Treviño.
Ya son casi las 10 de la noche. Una sola farola ilumina toda la plaza. Los pequeños llevan dibujada una sonrisa en el rostro. Van casi tres horas desde que el Chanate Móvil aterrizó en el barrio.
Próximamente, los artistas le incluirán al artefacto un teatro guiñol, donde contarán la historia del grabado desde la edad media hasta la actualidad. Antes que los niños se despidan, recuerdo lo que me dijo Norberto sobre el arte de la imagen:
-Cuando tomas la gráfica como un modo de expresión es un mundo interminable. Una cantidad inmensa de comunicación visual.
Pasan de las 10 de la noche y existe vida en el barrio. Ni las calles cacarizas y polvorientas, ni la ausencia de alumbrado público, opacan la expresión libre de los pequeños. No existe temor.
Wacha mi Barrio
Por las calles de colonias o ejidos populares, distintos artistas caminan haciendo malabares, tocando la guitarra, montando un monociclo. No dicen nada. De repente, un montón de niños los está siguiendo. Atrapan la atención. Se detienen en una plaza y siguen jugando. Entonces retan a los chamacos a montarse al monociclo o a malabarear. Extienden papel y empiezan a pintar. En un pestañeo la raza ya está conviviendo.

Los artistas forman parte del colectivo Wacha mi Barrio y lo que hicieron fue un mitote; así le llaman. La creadora es Abigail Salazar, una catedrática de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Coahuila.
Wacha Mi Barrio empezó hace 15 años, pero desde hace siete la problemática de violación a los derechos de los niños se gestaba bajo un contexto diferente de violencia. El colectivo empezó entonces a canalizar diversas disciplinas artísticas como la fotografía, artes plásticas, cine, teatro, entre otras, para generar movimientos en los barrios y asumir el contexto violento.
La maestra Abigail opina que la idea de llevar talleres culturales a los barrios ya es obsoleta. Wacha Mi Barrio cree en la intervención artística y no solo en entretener.
-Llegamos románticos con nuestros pinceles y pinturas pero el barrio es otra cosa, es otro contexto, es otra dinámica y nos exigía más, no nomás sentarnos y hacer eso. Teníamos la intención de intervenir, de construir.
Los diálogos en los barrios de La Laguna, de unos años a la fecha, se convirtieron en un recipiente de malas noticias, un abanico de experiencias que propagaban el temor.
Señoras hablando de los muertos de la noche anterior, de la troca que merodea en las noches; los niños cantando narcocorridos o jugando a zetas contra chapos. La maestra Abigail busca que con las intervenciones urbanas y artísticas, la gente voltee su mirada del contexto de violencia, no para que lo ignore sino para que lo asimile de diferente manera y se apropie del espacio de una manera creativa. El carácter de comunidad en Torreón, dice Abigail Salazar, es la cantidad de muertos que tenemos para comentar y la cantidad de balaceras que presenciamos. Wacha Mi Barrio quiere que en lugar de hacer retas de balazos, los niños se reten a hacer malabares o carreras en los monociclos.
El arte es el arma de este grupo y la finalidad es que la comunidad se construya a través de expresiones artísticas. En lugar de que las vecinas se sienten en la esquina a platicar de los cientos de muertos, ahora platiquen sobre la función de teatro que van a presentar. Abigail explica que así el contexto se transforma y no es tan fácil acceder a un territorio donde la comunidad lo tiene apropiado.
La maestra Abigail es un ejemplo de rescate. Ella a los once años tiraba barrio y era chola de la colonia Tierra y Libertad, un barrio popular de Torreón, hasta que llegó un grupo de teatro callejero y se clavó en él. - Si practicamos circo ahí donde al lado están unos halconcillos vendiendo droga, pues nos vamos a estar peleando el espacio.
Tú tienes armas y hay un cartel detrás de ti, pero también nosotros estamos aquí. No te estamos cantando el tiro directo, tú sigue haciendo tu chamba, pero te va a ser más difícil vender porque hay mucha gente, te va a ser más difícil controlar tu espacio porque aquí andamos 50 señoras con sus niños disfrutando de una función de circo o teatro. No te hacemos caso, es más, ni te volteamos a ver pero pues también es nuestro, describe Salazar.
En algunos barrios han logrado que puchadores terminen por cambiar de punto, como se le llama al lugar donde venden la droga. “Imagina que en diversos puntos se coloque una función cultural o un taller o una lectura de cuentos”, reflexiona la creadora de Wacha mi Barrio.
La propuesta del colectivo para reconstruir la tan manoseada frase del tejido social, es lograr que en los barrios la gente pueda estar parada frente a frente, reír juntos y sin miedo, sin paranoia.
Pero éste proceso no es de un solo día. Los artistas de Wacha Mi Barrio llegan a tener presencia hasta de cuatro meses en una colonia. Ellos pagan sus materiales, sus pinturas. Nadie los apoya. En alguna ocasión los invitaron al centro cultural de Medellín, ciudad colombiana que también sufrió las consecuencias del narco, para dar talleres de la estrategia que han desarrollado y no pudieron ir por falta de recursos y apoyos para el traslado.
Según el presupuesto de egresos de 2013, a la Secretaría de Cultura en Coahuila se le asignaron apenas 163 millones 169 mil pesos, menos del 0.5 por ciento del presupuesto total en Coahuila. En Torreón, a Cultura y Recreación se le destina menos del 0.3 por ciento, nueve veces menos que al área de difusión de acciones de gobierno. Y eso sin mencionar que, en ambos casos (estado y municipio), la mitad de lo asignado va a pagar la nómina de los departamentos.
El arte como herramienta
Abigaíl Salazar está convencida que no es cuestión de falta de espacios, sino que la limitante es la dinámica de los barrios; las manifestaciones de la cultura del sicario, de andar con el collarsote de la Santa Muerte, con playeras de Jesús Malverde y escuchando narcocorridos en los celulares.

- Es un rescate de niños, de espacios y es un rescate cultural. Estamos creando las condiciones para que el chavito deje de voltear a ver al sicario y que voltee a ver la pintura, la fotografía, si el niño se logra enganchar, es un rescate.
El Colectivo Wacha mi Barrio empezó a capacitarse, estudiaron diplomados de participación infantil e intervenciones urbanas con el objetivo de crear una participación real de los niños.
El arte se vuelve una herramienta que permite intervenir en el contexto social para encaminar a la reconstrucción del tejido social y la comunidad; es apropiarse del espacio público de manera creativa, explica Abigaíl Salazar.
Si un chamaco hace malabares, que lo comparta con otro para que se enfrente a su propio barrio. La idea, dice Salazar, es que lo comunitario siga permeando, sin que se tenga que esconder el contexto violento en el que se vive, sino que se le den herramientas y armas al niño para adoptar una actitud distinta.
El pintor Pablo Picasso decía que el arte es la mentira que nos permite comprender la verdad. Abigaíl Salazar ahonda en que los chavos no van a pensar que le ganaron la lucha al narco; ellos simplemente van a jugar, pintar e ir a la plaza sin miedo y sin darse cuenta: simplemente las pautas de conducta van a cambiar.
El proceso de intervención estará completo, dice Abigaíl, cuando el barrio logre montar un show de circo. La continuidad deberá partir en el momento en que el niño que ya aprendió, enseñe a otro; es decir, logren una convivencia. En Torreón, según datos de la Procuraduría de Justicia en Coahuila, entre 35 y 40 de cada 100 asesinatos violentos en los últimos cinco años, eran menores de edad.
Abigaíl Salazar asegura que en sus intervenciones han mirado chavos que siguen loqueando o ya están muertos o presos; pero también otros que vivían en el chemo y lograron graduarse de abogados, alguno se hizo instructor de pintura y llegó a exponer su obra, otros que no siguieron los estudio pero al menos se alejaron de las drogas.

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