Luis Fernando Granados
¿Así que pedir disculpas por las atrocidades del pasado es un anacronismo impropio de la modernidad (liberal)? ¿De modo que usar categorías del presente para juzgar hechos del pasado es a la vez mala política y mala historiografía? Es una pena que nuestros intelectuales no sean leídos ni escuchados más allá de nuestras fronteras. Si lo fueran, a lo mejor hubieran convencido al tal Philippe Léopold Louis Marie —así, sin apellidos, por supuesto— de que lo propio es concebir el pasado como un país extranjero, ajeno a la vida nuestra de todos los días, y por tanto que nuestro deber es impedir a toda costa la “politización” de la historia… como se supone que nos protegemos contra un cierto virus que por desgracia conocemos cada vez mejor.
Afortunadamente, el rey de los belgas piensa distinto. En lugar de aveztruzar la cabeza mientras en Europa occidental y en Estados Unidos se multiplican las manifestaciones y los ajusticiamientos simbólicos que buscan contribuir a desmontar el racismo anti-negro —el cual, por supuesto, es inherente a la “civilización occidental” y no una excrecencia o el atavismo de unos pocos individuos—, el rey Philippe prefirió tomar el toro por los cuernos en la carta que le dirigió al presidente Félix Tshisekedi hace dos días:
En este sexagésimo aniversario de la independencia de la República Democrática del Congo, quisiera dirigirme a usted, así como al pueblo congolés, con mis deseos más afectuosos.
Este aniversario es ocasión de renovar nuestros sentimientos de profunda amistad y congratularnos por la intensa cooperación que existe entre nuestros dos países en tantos terrenos, notablemente en el terreno médico, que nos moviliza en este periodo de pandemia. La crisis sanitaria nos golpea en medio de otras preocupaciones. La asociación privilegiada entre Bélgica y el Congo es un activo para hacerle frente. En este día de fiesta nacional, deseo reafirmar nuestro compromiso con ustedes.
Para reforzar aún más nuestros lazos y desarrollar una amistad todavía más fecunda, debemos poder hablar de nuestra larga historia común con toda la verdad y con toda serenidad.
Nuestra historia está hecha de logros comunes pero también ha conocido episodios dolorosos. En la época del Estado Independiente del Congo se cometieron actos de violencia y de crueldad que todavía pesan en nuestra memoria colectiva. El periodo colonial que le siguió causó igualmente sufrimientos y humillaciones. Quisiera expresar mi arrepentimiento más profundo por esas heridas del pasado, cuyo dolor se reaviva en la actualidad debido a las discriminaciones tan presentes en nuestras sociedades. Yo continuaré combatiendo todas las formas de racismo. Apoyo la reflexión que nuestro parlamento ha iniciado con el fin de que nuestra memoria sea tranquilizada definitivamente.
Los desafíos mundiales exigen que veamos hacia el futuro con un espíritu de cooperación y de respeto mutuo. El combate por la dignidad humana y por el desarrollo sustentable requiere que unamos nuestras fuerzas. Ésta es la ambición que formulo para nuestros países y para nuestros continentes, africano y europeo.
Lamentablemente, las circunstancias actuales no me permiten volver a su hermoso país, que quisiera conocer mejor. Espero tener la oportunidad de hacerlo pronto.[1]
(Para las miradas estrábicas: hay que poner atención sobre todo al cuarto párrafo del documento. Gracias a Aurora Vázquez Flores por echarle un ojo a la traducción.)
El gesto de Philippe no es más que eso: una pequeña acción discursiva. Pero es importante —y plausible— en la medida en que contribuye a desnaturalizar la violencia genocida ejercida de manera sistemática y prolongada en todo el mundo contra poblaciones categorizadas como negras o afrodescendientes, a lo largo del siglo XX como el día de hoy. El contraste con la respuesta que provocó la carta del presidente de México en marzo del año pasado, en la que instaba al jefe del estado español a pedir disculpas por la “conquista”, no puede ser mayor.
En realidad la cosa es más bien patética. Si el respetable tuviera un mínimo de memoria —o hubiera hecho una búsqueda en línea, que es más o menos lo mismo—, la discusión sobre el anacronismo en que hubiera incurrido la monarquía española de haberse disculpado con los pueblos indígenas “mexicanos” por los crímenes cometidos en su nombre no hubiera debido existir siquiera. Hace cinco años, en efecto, el jefe del estado y el congreso de los diputados españoles hicieron un acto público de contrición por una injusticia cometida hace poco más de cinco siglos y aun ofrecieron una reparación a sus víctimas: aquí está el Borbón en 2015, tan ofendido por la sugerencia del presidente de México, tan sutil en su entendimiento de la historia de su país, diciendo la palabra “injusticia” y ofreciendo la ciudadanía española a los descendientes de los sefaradíes expulsados a la mala, cruel y violentamente de su hogar ancestral en el año 1492 de la era común.
Así que nada de que la España del siglo XXI no tiene nada que ver con la entelequia surgida del matrimonio de Castilla y Aragón en el siglo XV; nada de que las atrocidades del pasado no pueden ser traducidas al lenguaje político y moral de hoy; nada de que la historia —tan casta ella— no puede emitir juicios sobre el pasado sino que debe limitarse a “comprender” los hechos del pasado como si observara a unos milanos devorando el cadáver de un animalito.
Por supuesto que se puede pedir perdón —por más que pedir perdón no sea suficiente para reparar los agravios y por más que el pueblo español y los pueblos indígenas del siglo XVI apenas se parezcan a lo que son o quieren ser en el siglo XXI. Los agravios pueden perdonarse pero no desaparecen ni deben olvidarse. La historia puede comprender pero sólo a condición de llamar a las cosas por su nombre. Todo lo demás no son sino excusas: soberbias, colonialistas, ridículas.
A la luz de la carta del rey Philippe, en todo caso, la polémica provocada por López Obrador el año pasado demuestra una cosa de manera inequívoca: Philippe es belga —mucho, muchísimo más que Felipe de Borbón.
[1] “En ce soixantième anniversaire de l’indépendance de la République démocratique du Congo, je tiens à vous adresser ainsi qu’au peuple congolais mes vœux les plus chaleureux.
”Cet anniversaire est l’occasion de renouveler nos sentiments d’amitié profonde et de nous réjouir de la coopération intense qui existe entre nos deux pays dans tant de domaines, et notamment dans le domaine médical qui nous mobilise en cette période de pandémie. La crise sanitaire nous frappe au milieu d’autres préoccupations. Le partenariat privilégié entre la Belgique et le Congo est un atout pour y faire face. En ce jour de fête nationale, je souhaite réaffirmer notre engagement à vos côtés.
”Pour renforcer davantage nos liens et développer une amitié encore plus féconde, il faut pouvoir se parler de notre longue histoire commune en toute vérité et en toute sérénité.
”Notre histoire est faite de réalisations communes mais a aussi connu des épisodes douloureux. A l’époque de l’État indépendant du Congo des actes de violence et de cruauté ont été commis, qui pèsent encore sur notre mémoire collective. La période coloniale qui a suivi a également causé des souffrances et des humiliations. Je tiens à exprimer mes plus profonds regrets pour ces blessures du passé dont la douleur est aujourd’hui ravivée par les discriminations encore trop présentes dans nos sociétés. Je continuerai à combattre toutes les formes de racisme. J’encourage la réflexion qui est entamée par notre parlement afin que notre mémoire soit définitivement pacifiée.
”Les défis mondiaux demandent que nous regardions vers l’avenir dans un esprit de coopération et de respect mutuel. Le combat pour la dignité humaine et pour le développement durable requiert d’unir nos forces. C’est cette ambition que je formule pour nos deux pays et pour nos deux continents, africain et européen.
”Les circonstances actuelles ne permettent malheureusement pas de me rendre dans votre beau pays, que j’aimerais tant mieux connaître. J’espère que j’en aurai bientôt l’opportunité.”
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