viernes, 18 de abril de 2008

Psicomagia intensiva

Juan Villoro18 Abr. 08


La reciente visita de Alejandro Jodorowsky desató expectativas vinculadas con las muchas áreas de la vida nacional donde urge la psicomagia. "Que se haga cargo de la selección", me dijo mi esposa. Sustituir a Hugo Sánchez es un problema técnico que amerita a un intérprete del Tarot.

En su condición de mago, Jodorowsky ofrece terapias que pueden sonar extrañas pero suelen producir un efecto liberador. A un amigo que vive en París y tenía un conflicto con su padre, le recomendó caminar por los Campos Elíseos rumbo al obelisco, pateando una lata de sardinas con la foto de su padre. La columna que Napoleón sacó de Egipto garantizaba la parte fálica del performance; la fotografía paterna, la relación filial que debía ser superada. Lo extraño era la lata de sardinas. En los procedimientos de Jodorowsky se cuela un detalle gratuito, el gesto poético de quien escribió fábulas pánicas. Lo importante es que mi amigo se sintió aliviado. "Pateó" al padre hasta recuperar con él un trato llevadero.

¿Qué acto de psicomagia recetaría el cineasta de Santa sangre a los esforzados representantes del futbol nacional? ¿Qué imágenes deberían chutar para superar su vocación de derrota? Hasta ahora, los psicólogos convencionales que han bajado al vestidor le han ayudado poco a un equipo que se paraliza como si la realidad fuera entrenada por Helenio Herrera.

La selección es uno de los copiosos enigmas de un país que cuesta trabajo explicar. Cuando alguien viaja con el pasaporte del águila y la serpiente suele oír esta pregunta: "Tú que eres mexicano, ¿podrías decirme qué pasa allá?". Dependiendo de su estado de ánimo y su gusto por las respuestas cortas o largas, el paisano en cuestión improvisa el acto de psicomagia que significa lograr que las noticias mexicanas resulten comprensibles.

Visto desde fuera, México parece alternar el carnaval con el apocalipsis. Visto desde dentro, resulta menos ordenado: un carnaval en el apocalipsis. Dos delirios oponentes suelen dominar nuestra política: el autoengaño del poder y el discurso paranoico que se le enfrenta. La Presidencia proclama temporada de carnaval mientras una apocalíptica disidencia engrandece a su adversario atribuyéndole conspiraciones muy superiores a su capacidad. Las causas y los agravios son reales, pero la forma de manifestarlos rebasa el marco de lo inteligible.

Un texto de Borges, "El pudor de la historia", sugiere que no siempre los momentos decisivos se revisten de sonora grandeza. Hay fechas secretas que silenciosamente determinan el curso de los hechos. Nadie pronuncia frases célebres en esos días que ni siquiera tienen el atributo de parecer raros, pero en los que se forjan los cambios discretos de una patria duradera. ¿Podemos confiar en que, en medio de los arrebatos de nuestra política, la historia avance con el pudor que le atribuye Borges?

Por lo pronto, resulta difícil relacionar las palabras con los hechos. En el país de Cantinflas, las explicaciones nunca han sido muy coherentes. Nuestro gusto por los eufemismos ha llevado a aceptar incluso las contribuciones del crimen organizado a la lengua (no se habla de secuestro sino de "levantón" y el asesinato es un "ajusticiamiento"). En esta ronda de mixtificaciones, el fracaso académico lleva a algo que podría confundirse con un mérito, el "examen extraordinario", y el Presidente declara que no hay monopolios sino "concentración de la riqueza".

Como nuestra reserva estratégica de signos supera con creces a los acontecimientos, la realidad se enfrenta con declaraciones. Las mesas de discusión y las conferencias de prensa prosperaron mientras Oaxaca ardía en llamas. Por otro lado, Chiapas lleva 14 años de cese al fuego sin alcanzar la paz, el PRD padece elecciones man- chadas y luego organiza elecciones manchadas... Los hechos se conocen, pero no se cambian. Lo importante no es intervenir en lo que sucede sino buscar nuevos símbolos en nombre de lo que sucede.

La representación es la forma más socorrida de la política: ¿cuántos presidentes dan el grito?, ¿de qué modo se impide la discusión en la Cámara?, ¿cómo se garantiza que los opositores no se encuentren?, ¿qué túnel lleva a la toma de posesión?, ¿quién es aún más inexperto para entrar al gabinete?

En esta realidad performática, los datos no conducen a la acción, sino a nuevas opiniones. La "comentocracia" no es un contrapeso o un campo alterno al ejercicio político; es la política misma.

Los problemas son más claros que la gestualidad con que se enfrentan. Resulta menos difícil explicar las crisis que explicar a los políticos. Cuando alguien pregunta qué pasa en México se refiere a una rareza que no es provocada por un rezago histórico sino por la inverosímil conducta que desata.

Una relación psicótica con los hechos hace que aunque el diagnóstico sea certero el remedio se aparte con presteza de la realidad para acceder al plano ritual de la ceremonia (la fiesta de autobombo en Palacio Nacional), la adivinación como técnica (de La Paca al combate al narcotráfico) o el sacrificio (las elecciones como oportunidad de ofrendar el alma del adversario).

En su rica desmesura, la política mexicana permite que el subsecretario panista Felipe González asista a un acto público con pistola al cinto, el gobernador priista Mario Marín renueve la pornolalia por teléfono, el vocero perredista Fernández Noroña compita en machismo con Berlusconi y Carlos Slim, representante del partido del dinero, apoye a todos y a ninguno. En este teatro del exceso, la magia consistiría en producir sensatez.

En ocasiones los vanguardistas vuelven al punto de partida. Si, en sus orígenes, Jodorowsky buscó la transgresión, ahora busca curar. El afilador de cuchillos cierra heridas.

Su visita al país se presta para pedir un hechizo al revés: que se disipen las visiones y aparezca la realidad.

Diario Reforma.

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